Nacional
La violencia en Colombia tiene mil formas y, para acabar con todas ellas, el plan de Petro pasaba por estirar el concepto de negociación. Sentarse a la mesa para lograr el desarme de grupos tan diversos como la guerrilla del ELN, clanes narcotraficantes, pandillas o bandas criminales enfrentados entre ellos y contra el Estado en un círculo de violencia que tiene su base en las economías ilegales.
Su plan fue recibido con bastante escepticismo, pero en esos primeros meses de mandato en los que todo siempre parece ir bien, y con Petro no fue una excepción, el Gobierno logró el aval del Congreso para abrir las negociaciones.
En un primer paso se logró la instalación de la mesa de diálogo con el ELN, la última guerrilla activa de América Latina, y cinco ceses bilaterales con grupos armados, que respondieron con más entusiasmo que realidad a la llamada del presidente.
El proceso con el ELN avanza lento, pero es hoy el brazo más sólido con el que cuenta el proyecto de paz. Su primer éxito se logró en las últimas semanas, cuando el Gobierno y la guerrilla acordaron un alto el fuego que durará 180 días. Pero la paz total no puede depender solo de esta negociación, incluso aunque se lograra el desarme de los aproximadamente 5.000 combatientes que tiene, la violencia seguiría en manos de otros grupos criminales como el Clan del Golfo o las disidencias de las FARC, formadas por exguerrilleros que no se acogieron al acuerdo de paz en 2016.
Fuente: El país